«Él quería recorrer la inmensidad del mar。
Ella, que él soñara con quedarse en tierra»。
Formentera, 1862
Lena jamás se ha atrevido a salir de su isla, aunque la sangre pirata que corre por sus venas la empuje a subir al faro y otear el horizonte en busca de una aventura que sabe que nunca se atreverá a vivir。 Por eso, está acostumbrada a ver cómo todos los hombres que prometen amarla se pierden para siempre en las aguas del Mediterráneo y la dejan atrás。 El mar se interpone entre ella y sus sueños。 Porque Lena tiene miedo al mar。
Pero una mañana de invierno, el temporal arrastra a un misterioso náufrago hasta su regazo, y todas las certezas que conformaban su pequeño mundo se tambalean。
Arthur Stanhope, vizconde de Sternford y primogénito del marqués de Aighbry, lleva años recorriendo mares, desiertos y selvas con el propósito de huir de la responsabilidad y de un destino impuesto que no desea。 Solo quiere ser un hombre libre, seguir la ruta que marcan las estrellas y perseguir seres fantásticos。 Después de perder a sus amigos en un naufragio, solo la voz de una misteriosa sirena le devuelve las ganas de seguir viviendo。
Lena y Arthur jamás deberían haberse encontrado。 Sus destinos, su mundo y sus sueños no podrían ser más opuestos: Lena tiene que ocuparse de una familia que depende de ella para subsistir, y Arthur debe volver a casa y comportarse como el aristócrata que es。
Solo que es imposible。 Está preso。 Porque Lena lo llama, y aunque él intente escapar, la magia y la sencillez de aquella isleña lo obligan a caer rendido ante ella una y otra vez。